El fin de semana, la semana, en realidad, han sido casi una semana en blanco. Llevo mucho tiempo sin catar la piscina, más aun, sin salir en bici. Y, !claro!, llegan el desasosiego y el bajón del domingo. ¿Cuándo me pondré al día?, ¿cuándo recuperaré el tiempo perdido?

Antes, la noche del domingo veía Estudio Estadio o La Jugada; ahora  es un carrusel por las competiciones en las que está la gente del club. Y es en las redes sociales en donde veo la etapa que habría querido hacer, la carrera que ganaron, la carrera en la que sufrieron. Ese es mi consuelo, no voy, pero vivo en diferido las actividades. Porque, si otros estaban con carrilladas y arroces, yo andaba con tartas, cumpleaños y exámenes. Y también, todo hay que decirlo, con un punto melancólico. Es la edad. Y también el trabajo de Inma, pero ¡bastante tiene con los fines de semana de Urgencias como para aguantar mis ganas de trotar!.

Y, ¡qué se le va a hacer!, cada cosa tiene un tiempo. Y el mío, el de ahora, tiene responsabilidades y otras cosas. Frase que me repetiré como un mantra este sábado y este domingo. Y el resto de días del año. Y el resto de años que queden.

Sé que han sufrido y se lo han pasado bien en la carretera. Ahí andan las reseñas de FB de los ciclistas. Sé que han ganado en Ronda. ¡Las mujeres!, las guerreras rojas. Sé que han hecho magníficos tiempos, y acabado la carrera, los valientes del Aljarafe. ¡Ahí va el maratón! Y yo sin hacer nada.

Sin embargo el sábado viví una isla, un accidente de apenas hora y media en la que aprendí más de lo que parece. Lo primero es que, por mucho que cueste, por mucho que uno peque de pesado, hay que preguntar. Mis zapatillas de ciclismo molan, pero no sirven. Una transición con ellas es mortal de necesidad. Un detalle tan tonto como una lengüeta, es un detalle tan tonto como para no permitir calzarlas mientras se pedalea. Y no es el un-dos, un-dos, es la inexperiencia a la hora de comprar y la imposibilidad física. Lo segundo es que hay algo que ya no bulle por las venas. Y es la inconsciencia. O el atrevimiento. O como se llame lo que los chavales de veinte años tienen; el descaro, la maleabilidad, las ganas de medirse a cada segundo.

Son como jóvenes electrones, como partículas libres dotadas con el gen de la velocidad, de la competitividad. Como dice el sabio, compiten hasta para comprar el pan.

Antonio y yo somos más respetuosos con el salto sobre la bici, con la transición entre modalidades. Parece indolencia o vejez. Y, por motivos distintos, imagino que ambos pensamos lo mismo. El domingo, en la carrera, no se acaba el mundo; hay que llegar intacto al lunes, a las obligaciones, al trabajo. Es el peso de la edad. También pensamos en nuestro peso y en el impacto del cuerpo al montarse en la bici, ¿han pensado estos niños con qué parte impactan primero?

Y la repetición del mantra, cada cosa tiene su edad.

Hay un detalle a destacar. Por un momento, por un brevísimo momento, me viene a la memoria El Señor de los Anillos. Quien lo haya leído sabrá a qué me refiero si digo que el sábado, por un instante, apareció el Rey. Nos explicó cómo llegar, dejar las cosas, ordenar las gafas, el casco, el dorsal, nos comentó secretos de campeón…Y entonces, un joven león desafió el estatus; Samer te voy a ganar, Samer no me pillarás, Samer te daré para el pelo. Y el joven león corrió, aceleró, batió el cobre. El jefe, el rey, no se apresuró, corrió sin ansiedad, llegó al puesto y salió en un microsegundo, porque en un mismo gesto se descalzó, se puso el dorsal, las gafas y el casco e hizo que un reflejo iluminara y marcara su rostro, afilado, de competición. Rictus de tarde de Copa del Mundo.

La cantera pega fuerte. El míster desvela sus secretos. ¡Spasibo, Míster!.

Pero el rey es el rey. No lo olvidéis.